Abro los ojos. Miro al frente. No
sé dónde estoy, no conozco este lugar. Me incorporo un poco y me doy cuenta de
que me duele la cabeza. Pongo mi mano en la nuca, la miro, no tengo sangre. No
entiendo nada. Miro a mi alrededor con curiosidad. No reconozco nada. Solo veo
un campo de lilas. Al fondo encuentro unas montañas y un río que desciende. No
entiendo nada. ¿Qué hago aquí?; ¿Dónde estoy?; ¿Quién soy?; ¿Por qué no
recuerdo nada?
Vale, lo primero que tengo que hacer
es tranquilizarme, pensar que habrá alguna explicación para estar en esta
explanada solo. Tengo que recordar quien soy. Es lo más importante, si no sé
quien soy, ¿cómo voy a averiguar el resto de cosas?
Decido registrar todos mis
bolsillos, el cuello en busca de colgantes y las muñecas en busca de alguna
pulsera. En mi cuello encuentro un colgante, es un símbolo pero no recuerdo lo
que representa ni de dónde procede. En mi muñeca izquierda encuentro una
pulsera tiene un nombre grabado. Esperanza. Al leerlo pienso que es un mensaje,
que me dice que nunca pierda la esperanza, pero realmente no sé lo que
significa esa palabra.
Decido levantarme, no puedo
permanecer sentado más tiempo en un sitio desconocido. Doy mis primeros pasos,
tambaleándome como si de un niño pequeño se tratase. No entiendo por qué no soy
capaz de andar con normalidad y es, varios pasos después cuando me acostumbro a
andar, ya recto sin encorvarme. Voy sin ningún rumbo previsto, solo espero
cruzarme con ese río para poder refrescarme y al fin y al cabo, verme la cara.
Cuando por fin consigo llegar al
riachuelo, tras lo que me parecen horas caminando por esa explanada, no estoy
tan seguro de querer verme. Finalmente lo hago y como esperaba, veo una cara
ajena, desconocida. Tengo la cara redondeada, rasgos finos, nariz un poco
puntiaguda, ojos azules y grandes, pelo castaño, algo rizado y un poco largo.
Por mi apariencia diría que tengo unos treinta años, más o menos. Se me hace
muy duro mirar mi propio reflejo y no reconocerme, pero supongo que a todos nos
ha pasado alguna vez. Que todos alguna vez nos hemos mirado al espejo sin ser
capaces de reconocernos.Pero esta vez es totalmente
distinto, esta vez no recuerdo nada. ¿Qué se supone que debo hacer ahora? Estoy
en un lugar desconocido, no soy capaz de recordar quién soy, no sé a dónde ir,
no sé qué hacer…
Al fin decido que lo único que me
queda es caminar y, con un poco de suerte encontrar quizás un poblado o tal vez
simplemente una casa, aunque sea para alimentarme. Tras esto, camino durante lo
que me vuelven a parecer horas, hasta que encuentro un camino en el suelo.
Entonces decido seguirlo, al fin y al cabo terminará en algún lugar, ¿no?
Tras un tiempo caminando, veo una
casita pequeña, rural a un lado del camino. Es una típica casita de pueblo con
una verja pequeña blanca en la entrada y un pequeño jardín. Dubitativo me paro
en medio del camino sin saber qué hacer. Pero entonces me decido a llamar a la
puerta. Cuando lo hago, noto que me sudan la palma de las manos, estoy nervioso
y no logro entender el por qué.
Al fin la puerta se abre y
encuentro en ella una chica joven, tiene la cara redonda, unos ojos grandes
marrones. Uno de ellos está cubierto por el flequillo de su pelo castaño que
está recogido en una trenza. Al fijarme más en ella, no puedo pensar que la he
visto antes, pero, ¿antes dónde? Es como si la conociese, me resulta muy
familiar. Tiene una cara dulce y divertida, pero parece muy tímida e
introvertida porque ni si quiera se mueve de su sitio, tampoco hace una mueca
para abrir la boca, absolutamente nada. Vacío. Entonces, me decido a hablar
primero.
-Hola, me llamo… mm Daniel - digo apresuradamente sin pensar - y lo
que pasa es que… he aparecido en medio de un campo de lilas sin acordarme de
nada.-
Antes de que termine de explicar
todo lo que me ha pasado, la chica se propone cerrar la puerta, pero la
interrumpo a medio camino.
-Por favor, no tengo a donde ir y
tampoco soy peligroso. Déjame entrar.
La chica no dice nada,
simplemente abre un poco la puerta en señal de dejarme paso, yo tímidamente,
doy un paso adelante. Cuando ya estoy dentro de la casa, me doy la vuelta para
mirarla justo a los ojos. Entonces me doy cuenta de que es un ángel.
El resto del día lo paso sentado
en el sofá, la chica no me habla, sigue como al principio, no hace ni una
simple mueca, ni un simple intento para hablar. Le pregunto su nombre. No hay
respuesta. Le pregunto por sus aficiones. No hay respuesta. Le pregunto por su familia.
No hay respuesta. Empiezo a pensar que no soy bienvenido en la casa hasta que
se abre la puerta principal. Puedo ver que un hombre alto, corpulento con el
pelo largo y facciones muy definidas está sosteniendo unos cubos. La chica salta
a sus brazos antes de que él pueda soltarlos y caen estrepitosamente al suelo.
Pero no parece importar a ninguno de ambos.¿Será su padre?; ¿Será su
hermano?; tal vez es su novio. No creo que sea su pareja, es demasiado mayor
para ella, aunque, ¿qué hombre no se resistiría ante tal belleza? Estoy seguro de
que la chica no tenía problemas en encontrar pretendientes. En todo caso, no
tardaré mucho en averiguar la relación que hay entre ellos, me digo a mi mismo.
Segundos después, el hombre deja
de abrazarla y me mira curioso. Me levanto y me dispongo a saludarle.
-Hola, me llamo Daniel y… y… - No
puedo creer lo que me está pasando, no recuerdo nada de lo que me pasó antes de
adentrarme en la casa.
-Tranquilo hijo, no hace falta
que me des explicaciones, puedes hospedarte aquí si lo deseas. Para mi hija y
para mí, será todo un honor que nos acompañes. Mi nombre es Manuel y esta es mi
hija, no le gusta decir su nombre a desconocidos, así que, cuando te lo diga,
siéntete orgulloso.
Acto seguido, la chica le golpea
en el hombro enfadada y me mira con los ojos más penetrantes que jamás he
podido ver. Entonces me doy cuenta de lo bajita que es, me llega por debajo del
hombro. La chica comienza a ruborizarse y desvía la mirada de mis ojos pero no
sin antes darme un golpe en el hombro como hizo anteriormente con su padre.
Tras esto, nos disponemos a cenar
y solamente hablamos Manuel y yo. Tengo miedo de preguntar por qué la chica no
habla. Al final decido dejar las cosas como están y no darle más vueltas al
tema.
Cuando terminamos ambos ascienden
al piso superior por la escalera mientras que yo, me dejo caer en el sofá que
unas horas estaba ocupado por nosotros. No paro de darle vueltas a una cosa:
¿Cómo no me acuerdo de cómo he llegado aquí?; ¿Por qué no recuerdo nada
anterior a entrar a la casa? Algo tuve que hacer, ¿no? Por otra parte pienso:
¿será que tengo poca memoria? Si es así, mañana no me acordaré de lo que he
hecho hoy, pero si por el contrario me acuerdo, ¿qué implica eso?; ¿Implica
acaso que hay alguna fuerza que me hace olvidar determinados momentos? Lo mismo
tengo el poder de olvidarme de determinadas cosas. Vaya poder, pienso. Con
todas estas preguntas sin respuesta, al final sucumbo al sueño.
Abro los ojos debido al cantar de
los pájaros. Despierto en el borde del sofá, un poco más y me caigo al suelo.
Lo primero que pienso es si recuerdo lo que pasó ayer. Recuerdo ver a la chica,
entrar en casa, estar con su padre, cenar los tres y acostarme. Entonces, esto
descarta la teoría de que olvido lo que me ha pasado hace poco tiempo. Con lo
cual quedan dos teorías, que haya una fuerza que me haga olvidar las cosas o
que me haga recordar otros momentos o que tenga un poder extraño. Descarto la
opción del poder porque si tuviese el poder de olvidar, también tendría la
capacidad de recordar, ¿no? Y eso no es así. Así que debe haber una fuerza que
hace que me acuerde de determinadas cosas o que me olvide de otras. Llego a
barajar dos posibles opciones, la fuerza puede ser la casa o la misteriosa
chica, ya que recuerdo todo lo que hice mientras ella estaba presente.
Por otra parte, he pasado toda la
noche pensando en la chica. Tan enigmática, sin hablar nada, ni una palabra,
tan bonita, tan bella, tan perfecta para mí, tan completa y sobre todo, tan
angelical. Entonces, como si de un ángel se tratase, desciende escaleras abajo
con un camisón blanco. Sin apartar mi mirada de ella, llego a pensar dos cosas:
realmente es un ángel y observo que lleva una pulsera semejante a la mía.
Cuando se acerca a mí, tras
saludarla pido que me enseñe la pulsera. Es exactamente igual a la mía, bueno,
exactamente no, pues tiene grabado el nombre: Daniel. Me quedo petrificado y
ante tal reacción, ella coge mi mano izquierda y observa mi pulsera con el
nombre: Esperanza grabado. Ella empalidece por completo en tan solo un
instante. Entonces lo comprendo todo, todo concuerda.
No es un ángel, es mi ángel, pero
no solo eso si no que mis recuerdos no son nada si no está ella porque, mis
recuerdos son ella.
Pero entonces, ¿por qué aparecí
en medio de la nada? Sigo pensando y, tras un rato sin hallar la respuesta, la
miro a los ojos y ella como siempre, mira a través de mí, como si pudiese verme
el alma y comprendo que la quiero. Una idea fugaz atraviesa mi mente.
¿Y si por mucho tiempo que pase,
estemos donde estemos, siempre nos encontraremos porque realmente nos amamos
con toda nuestra alma?
De repente, abro los ojos, es
hora de despertar, todo ha sido un sueño. He averiguado todo lo que tenía que
saber.