lunes, 8 de diciembre de 2014

Una cosa tan sencilla

Un día como otro cualquiera fui a casa de mi novia por la tarde. El plan era ir al cine, pero los planes nunca salían como pensábamos y la verdad es que eso tampoco me importaba porque con ella todo era diversión y risas. Me fue a recoger al metro como solía o intentaba hacer siempre que iba a su casa. Esta vez consiguió llegar a tiempo.  

Era una costumbre en su familia poner el árbol de navidad entre todos, cada uno participando a su manera, uno mandaba, otro se ocupaba de las luces y otros de poner los adornos.  Ella me pidió con esos ojos enormes que tiene que si hoy tocaba poner el árbol, y como siempre, no me pude resistir a su mirada y asentí. Se esbozó una sonrisa en su rostro. Si, esas sonrisas que tanto me gustan y que tan loco me vuelven. 

Al fin llegó la hora de poner el árbol aunque yo me resistí un poco, la verdad así que decidí darle un buen ataque se cosquillas hasta que de tanto y tanto reír sis pupilas se dilataron. Cuando fuimos a decorarlo, ella vió que una de las bolas de navidad estaba rota pues no tenía enganche para colgarla del árbol. Al ver la cara de pena que ponía, decidí ingeniármelas para transformar los restos de otro enganche en uno adecuado para dicha bola. Al final, cuando pude poner el enganche, su cara de felicidad inundó mi cuerpo, y entonces comprendí que con una cosa tan sencilla, y a primera vista insignificante, la pude hacer feliz. 


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